Observó a su alrededor como asegurándose que nadie lo viera sabiendo que aquello que iba a hacer no era correcto; o por lo menos eso vi en sus ojos sigilosos. Voltio el bote para que las monedas cayeran sobre la tapa y de ser posible, alguna saliera por la hendidura; pero no salió nada. Tomó entonces uno de los volantes con los que promueve su causa y que cambia casi siempre por algunas monedas que deposita en ese bote que ahora intenta violar; lo dobló con mucha astucia hasta que tomó el tamaño necesario y lo introdujo cual cirujano introduce un escalpelo en la piel de un ser humano; pero, tampoco salio nada.
Una mujer corre para alcanzar un camión que se marchaba mientras la gente aun intentaba abordarle, entre ellos ese drogadicto rehabilitado que quería una moneda de aquel bote.
Personas se iban y personas llegaban a esa parada de camión; todos diferentes pero compartiendo la misma cara de desesperación; viendo al horizonte y revisando sus relojes pero no, nada. Las nubes se disipaban y el sol aparecía calentando el asfalto, la piel y el humor de toda esa gente. Los sudores se hacían presentes, el asfalto se evaporaba y las grietas en él parecían crujir.
Ruido de automóviles, de machetazos y de las palas; sí, había dos hombres arrancando las raíces que sobresalían de la tierra de aquellos tres árboles que nos libraban del sol a esa hora acalorada.Uno con un hacha y el otro con una pala; sudando de la frente, de la cara, las axilas y la espalda. No podían con las raíces y las raíces no se dejaban, parecía que se peleaban. Todos intentando sobrevivir, todos. En algún momento llegaron a un acuerdo con la tierra que paleaban y comenzaron a mezclar arena de río, cemento y grava en el arroyo de la avenida donde los camiones hacían la parada, valiéndoles madres mezclaban y mezclaban, sudaban, tomaban agua y los camiones los rodeaban sin decir nada; pues que iban a decir.
Los dos hombres trabajaban, unas personas se subían a los camiones y otras se bajaban; calor, tierra, ruido, sudor y ella que no llegaba. A la escena se sumaba el señor con su carrito de tres ruedas vendiendo fruta picada -que oportuno!!- pensé; mango, sandía, jícama y papaya. Se acomodó bajo aquellos tres árboles y se sumo al cuadro que contemplaba mientras le esperaba. En su carrito el señor de la fruta ya solo tenia 4 botes de plástico transparente llenos de fruta variada y cerradas con una tapa. Casi al instante llego una mujer regordeta; vestida con traje sastre color arena que, parecía a punto de reventarse y mas tardo en pagar que en lo que comenzó a devorar un trozo grande de mango con sal, limón y chile. Le siguieron otras mujeres igual de robustas, una por una hasta que dejaron al hombre de la fruta sin fruta en el carrito de tres ruedas. Fruta, calor, sabor y monedas; sazonadas con sal, chile, limón, arena de río, smog y gotas de sudor evaporadas.
Los camiones seguían saliendo del horizonte bajando y subiendo gente. Unos se iban y otros llegaban, menos ella que no aparecía. Los hombres tenían la mezcla hecha, el frutero sin fruta se marchaba y aparecían de tras de mi tres mujeres metidas en faldas largas negras, chalecos igual de negros que sus faldas, pelo corto tan negro como… y en el pecho un rosario que brillaba cuando la luz del día los iluminaba. Las tres iguales, pequeñas; las tres sin mirar a nadie, como fantasmas, cubriendo sus pantorrillas con unas medias gruesas y sus brazos con unas camisas blancas. Se miraban y reían como en secreto, misteriosas, nebulosas, oscuras, frías. Creo que solo yo me percate de su presencia y es que; como aparecieron se borraron del cuadro que aquella parada de camión me regalaba.
Aunque todos estábamos en ese lugar; nadie quería estarlo ni un minuto mas, o eso me decían sus miradas ajenas, sus gestos, sus caras. Nadie hablaba, unos mirando el arroyo, otros tecleando en su celular, otros contando dinero, otros…. solo estando y esperando.
Los hombres siguen trabajando y mojando sus uniformes amarillos de sudor. Comienza a darme calor, los camiones subiendo y bajando gente; como devorándolos y luego defecándolos, regurgitándolos; dejando en el asfalto caliente su oscura huella …y a la distancia… apareció ella.