viernes, 15 de abril de 2011

el espantapájaros volador



  Ese nauseabundo olor a aire acondicionado de autobús  se ha convertido con el tiempo en un compañero de viaje, pero no de cualquier viaje; sino de las veces que regreso a la casa natal de la que salí hace once años o cuando me vuelvo a ir como la primera vez.

Viendo las milpas verdes a veces, terreas otras tantas. Las sillas que venden mujeres sentadas en sillas que venden. Montes verduscos de pinos, carretera flanqueada de encinos. Estructuras metálicas para cables eléctricos como espantapájaros posmodernos vigilan las tierras humeantes. Los hombres bajo sus sombreros bajo los tejados de madera y láminas de cartón y petróleo hablan casi sin hablar, como murmurando; como planeando algo entre dientes. Trojes de madera, sillas de madera, techos de marera, gente de madera.

La neblina se confunde con el humo de las cocinas y con la tierra que el aire caliente levanta como remolinos. Resolana sobre las siluetas de los habitantes hacen parecer que flotan. La imagen es fantasmal y sin pensarlo me acuerdo de Juan Rulfo. Hierba que crece donde se puede, en los tejados, en las paredes, entre las piedras; entre los restos calcinados de la tierra y la basura  - curva peligrosa- canta un letrero.

Un perro solitario se refugia en la sombra de un árbol también solitario. Los dos solitarios se hacen compañía haciendo de su soledad, una sola. - Uno nunca esta solo- pienso.

Los surcos de la tierra se pierden en las faldas de los montes; once años después siguen estando donde siempre, vestidos de verde. -No somos nada- pienso, mientras escucho de mi mp3 la voz de Lila Downs -“Nayla, y por qué me abandonas?”-.

Vacas flacas buscan de entre la tierra polvorienta algo que masticar. Esa gente en sus sillas parecen estar también desde siempre en donde mismo, enraizadas en la tierra polvorienta de donde las vacas hunden sus lenguas, envejeciendo sin prisa, viendo autobuses pasar sin ver pasar el tiempo. Aquí la gente se convierte en árbol cuando envejece, se enraíza y se queda para siempre donde siempre: entonces me doy cuenta que los árboles que miro alguna vez fueron personas sin tiempo, viejas más allá de cualquier edad. Gente cuidando a su gente, dando sombra cuando hay calor y leña cuando hace frio, gente eterna que cuida a su gente viva pero también a sus muertos. Las tumbas a la orilla del camino siempre protegidas por árboles, cobijada, vigiladas. La imagen me da tranquilidad -algún día seré un árbol- pienso. Aquí no pasa nada, ni el tiempo.

Se rompe la imagen romántica cuando aparecen las casas de ladrillo y aluminio anodizado color dorado imitando un estilo de por si imitativo tipo californiano, aun mas mal logrado. Casas usurpando identidad, gente queriendo ser lo qué no se es. Por qué? Casas, carros, ropa, nada resulta congruente, me dan nauseas. Una mujer violada que al tiempo acepta a su agresor para no ser rechazada, y se casa con él y lo acepta; y la sigue violando y se sigue aguantando hasta que se convierte en costumbre, en algo normal; es esto mismo la tierra que veo desde la ventana, acostumbrada y hasta cierto punto orgullosa de eso. -Que hacen unos torreones románicos en una tienda de abarrotes en medio de la sierra purépecha?- pienso.

Será esto a lo que se refiere la gente cuando habla de globalización? pienso,  No sé. El aire acondicionado termina por cerrarme la garganta, el sándwich que me dieron me causa indigestión, la imagen en la ventana dolor de cabeza. Bajo del autobús en la terminal de mi rancho, - un día seré un árbol solitario en el cual algún solitario se refugiará y nos haremos compañía- pienso.

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